Cuerpo triste, métete por donde saliste

    Expresión muy de madre que hoy seguimos repitiendo cuando vamos a la cama y nos la encontramos sin hacer. «Cuerpo triste, métete por donde saliste…», piensas para tus adentros mientras tratas de acostarte entre un revoltijo de sábanas y mantas…
    Y la cama estaba sin hacer o apenas estirada porque te has ido con prisas, porque ese día te había dado por pensar que hacer la cama era una pérdida de tiempo o, quizá, porque la salud no acompañaba y has andado de la cama al sofá y del sofá a la cama…, pero sin duda, en ese momento, las lánguidas palabras de este dicho popular se convierten en la oración más apropiada a la hora de acostarse.
    José María Iribarren, en 1947, publica un artículo en la revista Príncipe de Viana donde cita el dicho «Cuerpo triste, métete donde saliste», puntualizando que «lo dicen al acostarse, cuando las criadas no han hecho la cama, o la han hecho mal». No había antaño muchas casas con criadas en la Berrueza, por lo que se nos antoja más bien todo lo contrario, de gente sin criada que tenía que hacerse la cama a sí misma y no todos los días llegaba a término.
    Y como la mayoría de los dichos trascienden los límites de nuestro valle, es posible que algo les sonara esta sentencia a los hermanos Muñoz, los de Estopa, y algo haya influido en esa letra suya que dice: «¿Dónde vas cuerpo triste? Por donde entraste saliste» (se puede escuchar en:


El domingo de Lázaro cogimos un pájaro, el domingo de Ramos lo pelamos y el domingo Cuasimodo lo comimos cuasi todo.

Ya muy poca gente recordará en la Berrueza este dicho con el que nos ha sorprendido hoy una vecina de Mirafuentes, y mucho menos esa terminología popular para denominar los domingos de Cuaresma (Ana, Susana, Suseca, Rebeca, Lázaro, Ramos) y Pascua. Echando mano del Diccionario de la Real Academia de la Lengua constatamos que el «domingo de Lázaro» era el nombre con el que se designaba al quinto domingo de Cuaresma, y utilizando la misma fuente sabemos que «domingo de Cuasimodo» era el nombre que antiguamente recibía a nivel popular el segundo domingo de Pascua".

Así pues, el único que todavía nos resulta familiar es el de Ramos, celebrado siete días antes del domingo de Resurrección y que, conmemorando la entrada de Jesucristo en Jerusalén, da inicio a la Semana Santa.

A grandes rasgos, el domingo de Lázaro debe este nombre a la lectura del Evangelio que se realiza en la celebración eucarística de este domingo de Cuaresma, en la que se narra la resurrección de este amigo de Jesús, hermano de Marta y de María, que ya llevaba cuatro días enterrado. Cuando el Nazareno –de Nazaret, no de Nazar (je, je)– le «gritó con voz potente: “Lázaro, ven afuera”. El muerto salió» (San Juan 11, 1-45).

Por su parte, el domingo de Cuasimodo toma su denominación de las primeras palabras del introito en latín del segundo domingo de Pascua: «Quasi modo geniti infantes…» (‘Así como niños recién nacidos…’). Al parecer, tras establecerse en el Concilio de Trento –celebrado entre 1545 y 1563– la obligatoriedad de comulgar al menos una vez al año, se extendió la costumbre de que los sacerdotes llevaran en este día la comunión a los enfermos que no podían acercarse a los templos religiosos.

Hasta aquí todo lo dicho muy sobrio y jerárquico, muy de misa y religión, y sin embargo el dicho que nos ha hecho recordar estos datos poco tiene que ver con la Iglesia, sino con el humor popular de nuestros antiguos, ya que no deja de ser el relato de la caza y merienda de un pájaro…, eso si, vestido de total solemnidad.

El que se levanta tarde ni oye misa ni come carne

Los perezosos no obtienen nunca premio, y el que llegaba tarde era recriminado de esta manera para hacerle ver que no iba a obtener el beneficio que los puntuales habían podido disfrutar. Ademas de castigar la desidia de los no diligentes con este dicho, no era extraño que los padres levantaran de la cama con esta sentencia a los hijos que remoloneaban a la hora de levantarse de la cama.

Buey de Ancín, hombre de Acedo y mujer de Mendaza, no te los lleves a casa

Son muchos los dichos que recogen las rivalidades ancestrales entre los pueblos vecinos, de ello dan fe también los motes que reciben varios pueblos. En el propio valle nuestros mayores recuerdan los mal que se trataban antaño las chavalerías, intercambiando peñazos los de Mués y los de Sorlada, los de Nazar y los de Asarta, los de Mirafuentes y los de Otiñano, o los de Acedo y los de Mendaza…
No se puede saber en qué pueblo nació este dicho, pero bien cerca de los tres citados estaría quien lo compuso.
Recogido en Acedo.

El que el día de labor va majo, el día de fiesta zarratraco

En primer lugar hay que aclarar que la voz «zarratraco» la utilizaban nuestros mayores con el significado de ‘desaliñado, persona mal vestida’.
Este refrán tiene mucho que ver con las continuas contradicciones del ser humano, ya que cuando una persona se supone que tiene que ir bien vestida –el festivo, el domingo, con lo que nuestras madres siempre nos han repetido eso vestir bien “pinchos” el día de fiesta–, resulta que es cuando peor atuendo lleva. 
Así pues, este refrán se puede utilizar cada vez que se observa una contradicción flagrante a nuestro alrededor.
Recogido en Mirafuentes y en Ubago.

En viniendo la nuera se muda hasta el cepo

En la sociedad tradicional, cuando el heredero de la casa y hacienda traía a su nueva mujer a la casa familiar, suponía de alguna manera que los «amos viejos», el padre y la madre, pasaban a quedar en un segundo plano en el gobierno del patrimonio familiar y de la casa. Sin duda, la nueva «dueña» de la casa se hacía notar, ya que no tardaba en cambiar y organizar todo a su gusto y parecer. Por eso, las «comadres», como se decía en el habla popular, las mujeres de una cierta edad, tenían por bueno este antiguo dicho.

Y es que el cepo era el tronco de un grosor importante que se solía poner en el fuego bajo que había en las cocinas, el llamado «hogar». El fuego era alimentado con pequeños trozos de leña que se iban consumiendo junto a este cepo que duraba encendido durante más tiempo. Por lo que si algo que no parece tener opción de ser cambiado de sitio, «mudaba» con la llegada de la nuera, qué no cambiaría de lugar en la vivienda para adecuarse al nuevo estilo de la ama joven de la casa.

Era tradicional antaño también el «cepo de Navidad», que era un tronco tan voluminoso que, al decir del recuerdo de nuestros mayores, en algunas casas con la cocina en la planta baja lo tenían que meter con una junta de bueyes hasta el hogaril, donde era prendido cada Nochebuena, una tradición que se explicaba porque durante toda esa velada no podía faltar el fuego en la cocina para «calentar los pañales del Niño Jesús que acababa de nacer».

Entre Jorgete y Marquete vendimian la uva sin corquete

En primavera, a finales de abril, cuando en las cepas de la vid empiezan a desarrollarse los pámpanos y comienza la floración que dará lugar a los racimos de uva, los labradores de antaño sabían perfectamente que había una fecha en la que –año sí y año también– era habitual que cayera una buena helada nocturna. Por eso, en su calendario regido por el santoral cristiano, la experiencia hacía temer la llegada del día de San Jorge (23 de abril), ya que entre esta noche y la de San Marcos (25 de abril), si se daba la temida helada, la futura uva era vendimiada, cortada de raíz la nueva flor, sin necesidad de ningún instrumento cortante.

Corquete es el nombre local del instrumento que durante siglos se ha utilizado para vendimiar –o «mendemar», tal como dicen los mayores de la Berrueza– la vid a mano. Se trata de una cuchilla curva de metal con mango de madera, parecida a una hoz pero de menor tamaño, con la que se cortaban uno a uno los racimos de uva. En Navarra es llamado también «gancho», «hocete», «bocete» o «focete», en algunas zonas de La Rioja se denomina «ganivete» o «gañifete». A lo largo del siglo XX fueron siendo sustituidos por las tijeras de podar y, más recientemente, por maquinaria automática.

No se le ocurre ni al que asó la manteca

La manteca es la grasa que se saca del vientre del cerdo, utilizada tradicionalmente para la elaboración de embutidos tras la matanza del cocho, y también para la conservación de ciertas parte de la carne del cerdo, introduciéndolas en tinajas de barro cubiertas de manteca.
De color blanquecino, suele tener un aspecto sólido a temperatura ambiente, pero se derrite en contacto con el calor, por lo que como este dicho reza, asar la manteca es hacer que desaparezca en cualquier parilla al pasar a un estado líquido. Y de este modo, cuando alguien hace algo poco razonado se le compara con el personaje que actuó tan neciamente.

Por San Matías igualan las noches a los días

Según la sabiduría de nuestros mayores, coincide con la fecha del 24 de febrero (San Matías) cuando la noche y el día tienen una misma duración.
Este refrán, recogido en Mirafuentes, fue dicho por una persona que empezó sentenciando que «Por Santa Lucía alarga el día la pata de una gallina». Así pues, en la percepción popular del ciclo solar, en el oscuro invierno los días empiezan a alargarse el 13 de diciembre, y es a partir del 24 de febrero cuando el tiempo diurno empieza a ganarle la partida al nocturno, llegando su apogeo en «la noche más corta del año», la noche de San Juan (24 de junio).
Sin embargo, las lecciones de astronomía nos dicen que los equinoccios (del latín equinoctium, ‘noche igual’) son los momentos en que los días tienen una duración igual a la de las noches en todos los lugares de la tierra, excepto en los polos. Esto ocurre dos veces al año, entre el 21 y 22 de marzo y del 22 al 23 de septiembre. Así pues, la tradición que situaba a San Matías como equinoccio popular de primavera parece ser que andaba bastante alejada de la realidad científica, aunque para esa fecha, sin duda, «ya se empieza a notar cómo va alargando el día».
Una última curiosidad, el calendario cristiano celebra oficialmente la fiesta de San Matías el 14 de mayo, pero en estos lares era tradición antigua festejar en la última semana de febrero al discípulo de Jesús que se convirtió en apóstol al ocupar el puesto del malogrado Judas Iscariote.

Por Todos los Santos la nieve por los altos. Por San Andrés la nieve por los pies. Por Santa Lucía la nieve por la cocina.

Tres dichos en uno relacionados con el calendario invernal y la aparición de la nieve: Todos los Santos (1 de noviembre), San Andrés (30 de noviembre) y Santa Lucía (13 de diciembre). Ya no nieva como antes…
Años atrás el calendario cristiano servía para medir el paso del tiempo de los habitantes de este valle, y se hablaba más de santos que de meses.
Y de esa manera el santoral marcaba el ritmo agrícola, la pasa de las palomas, cuándo se alarga o acorta el día, etc.
Son numerosos los ejemplos:
- Por San Mateo, palomas veo (21 de septiembre).
- San Antón, los huevos al montón (17 de enero).
- Por Santa Lucía acorta la noche y alarga el día (13 de diciembre).