En la sociedad tradicional, cuando el heredero de la casa y hacienda traía a su nueva mujer a la casa familiar, suponía de alguna manera que los «amos viejos», el padre y la madre, pasaban a quedar en un segundo plano en el gobierno del patrimonio familiar y de la casa. Sin duda, la nueva «dueña» de la casa se hacía notar, ya que no tardaba en cambiar y organizar todo a su gusto y parecer. Por eso, las «comadres», como se decía en el habla popular, las mujeres de una cierta edad, tenían por bueno este antiguo dicho.
Y es que el cepo era el tronco de un grosor importante que se solía poner en el fuego bajo que había en las cocinas, el llamado «hogar». El fuego era alimentado con pequeños trozos de leña que se iban consumiendo junto a este cepo que duraba encendido durante más tiempo. Por lo que si algo que no parece tener opción de ser cambiado de sitio, «mudaba» con la llegada de la nuera, qué no cambiaría de lugar en la vivienda para adecuarse al nuevo estilo de la ama joven de la casa.
Era tradicional antaño también el «cepo de Navidad», que era un tronco tan voluminoso que, al decir del recuerdo de nuestros mayores, en algunas casas con la cocina en la planta baja lo tenían que meter con una junta de bueyes hasta el hogaril, donde era prendido cada Nochebuena, una tradición que se explicaba porque durante toda esa velada no podía faltar el fuego en la cocina para «calentar los pañales del Niño Jesús que acababa de nacer».
No hay comentarios:
Publicar un comentario